Hace un día de primavera perfecto para observar mariposas. El cielo está despejado, la temperatura es superior a 13 grados y casi no hay viento. El monte de Valdelatas, junto al campus principal de la Universidad Autónoma de Madrid, se ha teñido de amarillo por los jaramagos en flor y decenas de insectos revolotean ante la atenta mirada de un grupo de entomólogos, que anotan cada ejemplar y cada especie que encuentran. A escasos minutos de la facultad de Biología, Miguel L. Munguira comenzó a realizar este transecto para observar mariposas hace 10 años, todas las semanas entre marzo y septiembre, que es el periodo en el que vuelan de los adultos.
La información de cada de uno de estos recorridos es tan solo uno del millón y medio de registros con el que Munguira y su equipo están trabajando para publicar el Atlas y libro rojo de las mariposas de España. El proyecto verá la luz en la segunda mitad de 2025 y cuenta con la participación de unos 500 colaboradores —entre expertos y aficionados amantes de estos insectos lepidópteros, muy sensibles a los efectos del cambio climático—, que están ayudando a completar los vacíos de información que hay en el territorio nacional.
En 2004, Munguira ya participó en la publicación de un atlas. Pero en aquella ocasión se utilizaron 300.000 registros de 33 informadores. Además, solo cubría la península y las islas Baleares. El nuevo incluye las islas Canarias, Ceuta y Melilla, con lo que las especies estudiadas han pasado de 230 a 257. “Estamos recabando una información absolutamente impresionante”, asegura este investigador.
Según su equipo, entre 2004 y 2022 se han proporcionado datos por primera vez para un 25% del territorio español gracias a nuevos estudios específicos para zonas o especies, a las aplicaciones de rastreo en el móvil y a la aparición hace 10 años del Programa de Seguimiento de Mariposas que coordina Munguira. Los datos son “petróleo para los científicos”, afirma, y servirán para sugerir nuevos lugares que se puedan incluir en la red de espacios protegidos y saber si los existentes son eficaces, por ejemplo. También explica que este conocimiento permitirá comparar la situación de los insectos con otros grupos de animales como los pájaros y ver “qué está pasando con la naturaleza española”.
“Habrá una ficha por cada especie con una foto representativa, la época de vuelo de los adultos, de qué se alimentan las larvas y en qué ecosistemas podemos encontrarlas, así como posibles amenazas, tendencias de las poblaciones y su estado de conservación”, detalla Sara Castro, coordinadora del estudio. Uno de los objetivos del trabajo ha sido tratar de establecer los límites de distribución de algunas especies que se parecen entre sí. Para ello, los investigadores han capturado algún ejemplar con el objeto de realizar en el laboratorio un estudio de su aparato genital o un análisis genético. Castro advierte de que, tanto para capturar insectos como para emplear un cazamariposas, es necesario contar con permisos e informar de las especies que se está investigando. El proyecto está financiado por los fondos europeos Next Generation y gestionado por Tragsatec.
Otro de los propósitos del trabajo está siendo identificar los vacíos de información. Aquellos lugares que todavía nadie ha visitado para certificar qué mariposas habitan en ellos. Los investigadores dividieron la península en 6.260 cuadrículas de 10 kilómetros de lado e identificaron que en 569 de ellas (un 9,1%) jamás se había producido un registro de mariposas. Munguira y su equipo, formado por Sara Castro, Enrique García, Helena Romo y Enrique Ledesma, han recorrido tantas de esas cuadrículas como han podido. Junto con los aportes de voluntarios han conseguido obtener información de 230 zonas más. Pero todavía quedan 339 por explorar. La mayoría de ellas, en Castilla-La Mancha y el valle del Ebro.
Y es aquí donde la ciencia ciudadana cobra un papel crucial en este proyecto. Los biólogos han lanzado una campaña para tratar de encajar todas las piezas del puzle. “Estamos intentando recabar al menos algo de información de cada cuadrícula. Algo es mejor que nada”, resume el biólogo. No es necesario registrar un transecto con la minuciosidad con la que se trabaja en el de Valdelatas. Basta con visitar una de estas casillas y apuntar qué especies se observan, la fecha y el lugar. También se pide el nombre de quien tomó el dato, que luego aparecerá recogido en el atlas.
Existen guías de identificación, pero si no es posible distinguir la especie, se puede sacar una foto y enviársela a los investigadores por correo electrónico. Recomiendan buscar dentro del espacio a estudiar las zonas con vegetación, con flores. Las mariposas prefieren las praderas a los bosques y los días despejados. “Si ya se sabe un poco más, se puede usar la app ButterflyCount y realizar un conteo de 15 minutos registrando todas las especies y el número de ejemplares”, explica Castro.
Munguira asegura que no hay un solo rincón en el que no habiten lepidópteros. “Yo he subido picos de 3.000 metros y ahí también hay mariposas; en las zonas un poco desérticas o las zonas de cultivos intensivos, también. En cualquier sitio de España hay 10 o 20 especies”, asegura. En el transecto de Valdelatas hay, por ejemplo, unas 50 especies registradas. Esta cifra puede subir a 100 o 120 en zonas como los parques naturales. Los investigadores explican que las mariposas son “sin duda” el insecto del que se registran más datos. “Es lo que se conoce como animales carismáticos. Dentro de los insectos, que es un grupo que no suele gustar mucho al público general, tienen la ventaja de que son muy bonitas y más fáciles de identificar”, dice Castro-Cobo.
Los científicos utilizan las mariposas como bioindicadores de los ecosistemas. Cualquier cambio en ellas es un aviso de que le podría estar sucediendo algo parecido a otros grupos con los que conviven. “Hemos trabajado mucho con praderas y tenemos un indicador que nos muestra que en las praderas las mariposas van para abajo, pues a todos los animales y las plantas que también viven en ese tipo de ecosistema les estarán pasando algo parecido”, explica el investigador.
Una de las novedades del proyecto es el libro rojo, algo que nunca se había realizado con todas las especies de lepidópteros de España. En esta parte del trabajo se establecen categorías de amenaza para las especies, que permiten entender el riesgo de extinción y el estado de conservación. Cuando terminen de analizar los datos, podrán determinar cuántas especies están amenazadas en el país. Munguira explica que, a escala europea, hay un 9% de las 500 especies de mariposas en riesgo.
“En España será una cifra parecida. Quiere decir que pueda haber unas 20 o 30 especies que estén claramente amenazadas”, estima el científico. Los peligros para los lepidópteros vienen por la intensificación del uso del terreno (por urbanización o por la agricultura) y también por su abandono, que hace que proliferen las zonas de bosque. Además, hay un tercer factor que cada vez cobra más importancia: el cambio climático. “En el futuro va a ser terrible. Van a desaparecer especies, sobre todo las de montaña”, lamenta el biólogo.
En los últimos tiempos, Munguira ha empezado a observar los efectos del calentamiento global en el transecto de Valdelatas. Cada vez, las mariposas empiezan a aparecer antes y en ocasiones se observan hasta octubre. Además, han desaparecido especies que hace 10 años se encontraban en el recorrido y han llegado otras nuevas. Es el caso de la Violetilla (Zizeeria knysna) que antes solo se observaba hasta Aranjuez y en 2022 ya se dejó ver por el recorrido. Una prueba más de que los cambios son constantes. El investigador muestra el ejemplar que ha encontrado. Es pequeña, de alas marrones con una chispa violeta. Munguira sonríe y sentencia: “En cualquier sitio miserable encuentras cosas muy bonitas”.
Puedes seguir a MATERIA en Facebook, X e Instagram, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.
Suscríbete para seguir leyendo
Lee sin límites
_