La batalla de Lepanto, la derrota que hundió la flota turca por su soberbia (y su deficiente pólvora) | Cultura

Tras las primeras andanadas llegaron los abordajes. Los turcos eran temibles en el cuerpo a cuerpo, su fe les hacía luchar con fanatismo, con el alfanje en la mano, para destripar cristianos, profiriendo alaridos terroríficos, acompañados de una música infernal de timbales y trompetas. La batalla de Lepanto fue especialmente cruenta, “una gran masacre, como se ha comprobado en las excavaciones arqueológicas”, dice por teléfono el catedrático de Historia Moderna de la Universidad Autónoma de Madrid Manuel Rivero Rodríguez, que cerró este jueves el ciclo de seis conferencias sobre batallas navales que ha programado la Fundación Juan March en Madrid a lo largo de enero, coordinado por el catedrático de Arqueología de la Universidad Autónoma de Madrid Fernando Quesada Sanz.

“La más memorable y alta ocasión que vieron los siglos, ni esperan ver los venideros”, proclamó Miguel de Cervantes de la contienda, acaecida el 7 de octubre de 1571 en el golfo de Corinto. Rivero ha manejado en sus investigaciones y libros como La batalla de Lepanto (2008) “fuentes de primera mano, como documentos o las cartas que los capitanes españoles enviaron al día siguiente a sus familias para decirles que estaban bien y lo que había ocurrido”. Hay diferentes estimaciones, pero Rivero calcula que ese día murieron “unos 40.000 turcos y 10.000 cristianos”. Combatieron más de 100.000 almas en el mar. “Una de las batallas más numerosas de la historia”, añade.

Lo sabido es que en esa fecha la llamada Liga Santa, formada por barcos de la España de Felipe II, que pagó la mitad del envite; el papa Pío V, las repúblicas de Venecia y Génova, el ducado de Saboya y la Orden de Malta, frenó el avance hacia el oeste del que parecía invencible Imperio otomano. Una victoria que con el tiempo creó sus mitos entre los vencedores, “como que se apareció la Virgen durante la batalla o que hubo un viento divino que llevó al triunfo o que este se produjo justo a las doce del mediodía”, la hora central, en la que se entona la oración del Ángelus. “En realidad, la batalla acabó sobre las cuatro de la tarde y hasta las nueve de la noche hubo combates para perseguir y asaltar navíos turcos porque iban cargados de riquezas”.

Rivero menciona una carta en la que un marinero vasco contó que, “tras capturar una galera turca, la llegaron a saquear seis veces porque no veían al enemigo muy afligido y pensaban que aún quedaban riquezas a bordo”. La flota turca venía también repleta de personas tras la conquista de Chipre. En otra carta, un capitán romano le dice a su hermana que le envía “200 mujeres turcas de regalo”. No obstante, Rivero matiza que algunos capitanes de galeras engordaron las cifras de enemigos capturados porque se llevaban una comisión según la cantidad.

Fue la última gran batalla de la historia con galeras, propulsadas a remo. “Los barcos cristianos eran superiores porque utilizaban mosqueteros [soldados con mosquete], mientras los turcos atacaban con arcos y flechas y ballestas”. Sin embargo, entre los aliados cristianos había desorganización y desavenencias. Con el fondo de la música y los gritos intimidatorios de los otomanos, que provocaron temblores en Cervantes (”no fue porque tuviera fiebres”), Don Juan de Austria, considerado el héroe de la batalla, “se puso a bailar en su nave para que su gente no entrara en pánico y darles moral”.

Desde la izquierda, Don Juan de Austria, hijo de Carlos I, vencedor de la batalla de Lepanto, junto a los almirantes italianos Marco Antonio Colonna y Sebastiano Venier.
Desde la izquierda, Don Juan de Austria, hijo de Carlos I, vencedor de la batalla de Lepanto, junto a los almirantes italianos Marco Antonio Colonna y Sebastiano Venier.brandstaetter images (Getty Images)

Más allá del ardid psicológico del medio hermano de Felipe II, Rivero señala los motivos de peso de la derrota turca, entre los que destaca la “autosuficiencia” de los que eran dueños del Mediterráneo oriental. “Los turcos tenían espías por todos lados, habían conquistado Chipre y emplazaron fortificaciones a ambos lados del golfo de Corinto, en la actual ciudad griega de Naupacto (entonces Lepanto). Esperaron a los cristianos en el fondo del golfo, desplegados en posición ventajosa, “pero cuando vieron entrar a la flota cristiana de forma desordenada, salieron a por ellos y perdieron esa ventaja”.

Rivero, en tono desenfadado, dice que “el almirante turco consideraba a los cristianos unos incapaces, a pesar de sus ventajas materiales, como las galeazas venecianas, con cañones a ambos lados”. Hubo otros errores. “Como la calidad de su pólvora, muy inferior, que provocó una niebla que les cegaba a ellos mismos. Solo en la primera andanada se hundieron unas 100 galeras turcas. Azarosamente, la victoria fue colosal”.

Que se lo digan a los marineros cristianos que, como ellos mismos contaron, creyeron por momentos que habían sido derrotados. “Las batallas navales no son como en tierra. No se puede ver a las fuerzas desde un alto”. Ante ese horizonte marino amplío y sin perspectiva, no se habían dado cuenta de que habían vencido. Ante tal confusión, se desató una locura por sobrevivir, una explosión de adrenalina. “Narraron que perdieron el control hasta el punto de matar a turcos que se habían rendido y a prisioneros cristianos que estaban en galeras del enemigo”.

El artífice de la victoria fue Don Juan de Austria, según los españoles; para los italianos fueron los almirantes Colonna y Barbarigo. Y para todos, el genovés Andrea Doria “fue un cobarde porque hizo una maniobra envolvente que se interpretó como una huida, cuando en realidad provocó que naves turcas huyeran” por miedo a caer en sus manos. Y luego estuvo Cervantes, el manco de Lepanto (que en realidad no perdió nada, solo que su brazo izquierdo quedó inútil).

Óleo de la batalla de Lepanto (1615-1620), obra del pintor barroco flamenco Andries van Eertvelt, especializado en marinas.
Óleo de la batalla de Lepanto (1615-1620), obra del pintor barroco flamenco Andries van Eertvelt, especializado en marinas. Heritage Images via Getty Images

¿Cuáles fueron las consecuencias de la batalla? A corto plazo, Europa respiró al ver que el Imperio otomano había naufragado, Italia fue la más aliviada porque era la más amenazada, el papa Pío V la calificó de “victoria de Dios”. De hecho, su sucesor, Gregorio XIII, “fijó la festividad de la Virgen del Rosario para ese día”. La reina Isabel I de Inglaterra lo celebró con fuegos artificiales. ¿Y Felipe II? Pudo exhibir que la monarquía española reforzaba su poder militar hegemónico. Aunque Rivero cuenta que Felipe II había enviado una carta a Don Juan, que no llegó a tiempo, en la que el rey “prudente” le decía que lo fuera también y no entrase en combate porque si era vencido el litoral español quedaría desguarnecido. Bendito retraso postal.

Dos siglos después, Voltaire (los franceses no participaron en Lepanto porque entonces tenían su propia guerra civil) afirmó con desdén que “aquel triunfo no había servido para nada” porque los turcos cercaron Viena un siglo después. Sin embargo, volvieron a ser derrotados por otra alianza cristiana y de nuevo sin ayuda francesa.

“No fue una victoria tan grande como se proclamó en el cristianismo, pero impidió que los turcos avanzaran hacia Europa y nunca más volvieron a reunir una flota semejante porque perdieron a sus mejores marinos”, dice Rivero. ¿Qué habría pasado si…? Rivero lo ilustra con un ejemplo: “Una victoria turca habría provocado que, por ejemplo, la basílica de San Pedro de El Vaticano fuera quizás como Santa Sofía” en Estambul. El resto queda para la imaginación.

Cuatrocientos cincuenta y tres años después, ¿está la batalla de Lepanto ya contada? “Hasta hace poco los archivos turcos estaban cerrados y es difícil trabajar en ellos porque hay diferentes lenguas”, agrega Rivero, que anuncia que “se van a empezar excavaciones arqueológicas en esa zona para ver los pecios, pero no hay una investigación a fondo porque cuesta mucho dinero”.

Historiadores aparte, ¿quiénes han hecho la mejor literatura sobre Lepanto? “Además de Cervantes, que la menciona en el Quijote y en La gran sultana, destaca el relato que hace Alonso de Ercilla en el poema épico La Araucana; Emilio Salgari también la describe en La galera del Bajá”. Rivero añade que en el siglo XIX “hubo muchos concursos literarios en España sobre Lepanto, pero las obras fueron de calidad ínfima”. Y subraya el “magnífico” poema, titulado Lepanto, de Chesterton, inglés y católico, hoy que hay tanto presentismo y gusto por flagelarse con el pasado español. “Enrojece todo el océano como la ensangrentada chalupa de un pirata, / El rojo corre sobre la plata y el oro. / Rompen las escotillas y abren las bodegas, / Surgen los miles que bajo el mar se afanaban / Blancos de dicha y ciegos de sol y alelados de libertad”.

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By Hudson Linda C

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