Hace poco más de un año, querido lector, escribí aquí sobre Lengua dormida, aquel librazo del mexicano Franco Félix que, si entonces no conseguiste, me permito insistir en que lo busques y lo leas de una.
Pero bueno, traigo de nuevo acá ese libro gestado en el norte del norte porque hace cosa de unos días, en el recorrido del sur subiente que venimos haciendo a últimas fechas, leí Quiénes somos ahora, de la escritora peruana Katya Adaui, que me hizo pensar muchísimo en Lengua dormida, aunque no solo por sus temas más evidentes —la madre, la familia, la pérdida y la muerte—.
“Las veces anteriores y ahora, la muerte en el estómago. Un poco más abajo, a la altura del vientre. Ahí encaja, no en la cabeza. La muerte es uterina. En mi lengua materna, la muerte es femenina y es masculina en otro idioma que conozco, el alemán: Der Tod. Duele como un cólico menstrual. También es natalicia, sale del ombligo como una raíz y se irradia. / No podía ponerlos al mismo nivel pero sucedía. / Los huesos de mis padres y los de Mara iban formando un esqueleto nuevo, una misma osamenta, la estructura de mi memoria afectiva”.
Sobre todo, lo periférico
Quiénes somos ahora también me hizo pensar en Lengua dormida por cómo pasea al lector por la montaña rusa de sus temas en apariencia periféricos —el hecho mismo de que tanto los temas centrales como los periféricos lo sean solo en apariencia ya hermana a los libros de Félix y Adaui—: la escritura, las macotas, los síndromes, la lectura, las enfermedades, el paso del tiempo, el lenguaje, las fugas, el maltrato y la ira como contornos del cuidado y el cariño, el cuidado y el cariño como corazones de la ira y el maltrato, la intimidad y su tantas metamorfosis, la memoria, la sexualidad, las precariedades, las cuentas pendientes, las cuentas saldadas, las miradas interiores y exteriores o el humor como puerta de emergencia, un humor recordado, revivido o gestado en la página, un humor elegante y dolido, que a veces es evidente y a veces sugerido, además de sugerente.
“Durante su enfermedad, me quedé algunas noches a dormir con ella. / De vuelta en nuestra antigua habitación, los nombres de mi hermana y el mío todavía en los letreros de la puerta, ya solo una cama de una plaza y no dos, me desperté a las cinco de la madrugada envuelta en un ruido tremendo. / Me tapé la cabeza con la almohada y me volví a quedar dormida. / Mi madre me fue a despertar. Le pregunté qué era ese ruido. / Señaló la cancha: esas aves del demonio (habían escapado o ella las había liberado) se multiplicaron. Y se despiertan a la misma hora en que yo les daba de comer. / Los árboles viraron a bosque oscuro. Tapaban la vista, cubrían los aros de básquet, y de los picos se escapaba un murmullo que podría haber sido melodioso. / Despertar en hiperacusia le arrebató al vecindario el primer placer del día: entrar en la mañana en el propio silencio. / Pasaron más de veinte años. / De generación en generación, los periquitos se transmitieron un horario. El horario del insomnio de mi madre”.
Lo que hermana de forma terminante a Quiénes somos ahora y a Lengua dormida, sin embargo, tiene que ver con algo que sus autores encuentran más importante que aquello que cuentan sus libros: la forma cómo nos lo cuentan. Y es que el libro de la peruana apuesta y sale victorioso —a diferencia de sus protagonistas, que lo pierden todo ante las máquinas tragamonedas, en una escena memorable, terrible y hermosa— tras echar sus fichas en la ruleta de los libros únicos, esos que entienden que el lector debe ser retado y no apapachado y que, como la vida, la lectura debe estar regida por cierto mareo, cierto vértigo y cierta extrañeza, no por la claridad o el equilibrio imposible. Quienes somos ahora entrega los pedazos de un relato que debe ser armado en la cabeza del lector, quien solo al final comprende que una vida es todas sus ediciones posibles.
Quiénes somos después
Tras leer el libro de Adaui, además de comprender que una vida es todas sus ediciones posibles, entendemos otro asunto esencial de literatura que se está escribiendo en nuestras latitudes: de la certeza puede nacer el mareo, así como el vértigo puede volver posible al equilibro. Y es que la escritora peruana, a través de un lenguaje —como queda claro en el par de fragmentos que he citado— que no podría ser más directo, consigue dar vuelta al idioma y transformar su prosa en la sombra del verso, al tiempo que enrarece y difumina la lógica, el tiempo o el había una vez de aquello que se narra.
“Qué suerte tienes, son muy pequeños. Nunca se te van a caer. / Entro a la ducha, le doy la espalda. / No como a mí. Las amamanté y se me derrumbaron de un día para el otro como las torres gemelas. / Fue un atentado, mamá, no un accidente. / Descuelga el grifo y me enjuaga la cabeza. / Bueno, en el caso de ustedes dos… son las dos cosas”.
Coordenadas
Quiénes somos ahora fue publicado por Literatura Random House.
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